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EFEMÉRIDES: FRAGMENTOS SELECTOS DE LA HISTORIA RECIENTE DE CHILE

El Museo Histórico Nacional (MHN) de Santiago presenta Efemérides: Fragmentos selectos de la historia reciente de Chile, una exposición planteada como un espacio de diálogo con la Historia, a través de las intervenciones de 38 artistas chilenos en la colección de la institución. La inserción de objetos, instalaciones, fotografías, videos y pinturas en la muestra permanente es un gesto que apunta a rearticular el guión curatorial del museo hacia nuevas directrices e interrogantes, generando reflexiones transversales o nuevas lecturas tanto para las obras de los artistas contemporáneos en exhibición como para las del acervo del MHN.

La exposición cuenta con más de 120 obras que se enfrentan y dialogan con variados aspectos históricos de Chile, conjugándose la perspectiva patrimonial perteneciente al MHN con una visión contemporánea de las artes visuales. «Lo más interesante que se produjo a raíz de este encuentro es la aparición de una dimensión diferente, que no es exactamente lo patrimonial contaminado por lo contemporáneo ni lo contemporáneo respaldado por lo histórico, sino que es más bien un espacio-tiempo indeterminado, un poco fantasmagórico, en el que los relatos se vuelven más equívocos y transparentes», dice el curador de la muestra, el artista visual Cristián Silva, con quien conversamos extensamente sobre esta experiencia de intervenir un lugar patrimonial como el MHN.

Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obras de Magdalena Atria, Francisca Benítez y Felipe Mujica (de izquierda a derecha). Cortesía: MHN
Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Detalle de obra de Felipe Mujica (primer plano), y Arturo Duclos (al fondo). Cortesía: MHN

Dominique Bradbury: En primer lugar, ¿cómo surge esta exposición?

Cristián Silva: Es un poquito largo el cuento, pero creo que hay varios asuntos que desembocaron en la idea inicial. Principalmente, la fascinación que me han provocado, desde siempre, los encuentros accidentales, entre dimensiones diferentes, entre objetos distantes en espacio y tiempo, entre personas, culturas o costumbres diversas (te diría que para mi esta inquietud incluso tiene que ver con los contrastes en el universo de los sabores y de los sonidos: la comida y la música, por ejemplo, en que las nociones de armonía y disonancia son tan importantes)… Todo eso me produce mucha curiosidad, y son asuntos que he tratado de abordar y trasladar también a mi trabajo personal como artista y como profesor. Ahora, puntualmente respecto a mi relación con la Historia, yo no leo mucho, pero hubo un libro que me influyó hace muchos años cuando cayó en mis manos, que se llama Historia de la vida privada, y que es un estudio muy detallado de las condiciones domésticas a través de los siglos en Europa.

Por otro lado, con respecto a «lo patrimonial», tuve el privilegio de trabajar varios años en México en una escuela de conservación y restauración, lo cual me permitió expandir un poco mi hasta entonces limitadísima perspectiva en el área. También en esa época fui ávido espectador del programa Antiques Roadshow, que fue despertando en mi una serie de preguntas respecto de cómo nos relacionamos con el pasado a través de los objetos, sean éstos artísticos o no. Y bueno, hay tres obras de colegas que han sido referentes muy influyentes para mi: la serie de pañuelos blancos tiznados de Cornelia Parker (resultantes de la limpieza de la platería de diversos personajes históricos, entre ellos Davey Crockett, Charles Darwin o Samuel Colt), la obra The Nightwatch (en la que Francis Alÿs liberó un zorro en las salas de la National Portrait Gallery de Londres, registrando su deambular nocturno con las cámaras de vigilancia), y la principal influencia -más que influencia, te diría que el mismísimo modelo- para desarrollar este proyecto ha sido sin duda una intervención de Sophie Calle en el museo Boijmans van Beuningen, en la que la artista infiltró una serie de objetos personales en la colección permanente de esa institución (un misceláneo conjunto de objetos, muy variado y heterogéneo).

Entonces, a partir de todos estos y varios otros factores, el 2008 le propuse a la dirección del Museo de la Ciudad de Guadalajara, en México, organizar una muestra colectiva de arte contemporáneo distribuida por todas sus salas. Esa exposición, que reunió la obra de alrededor de cincuenta artistas y que llevó por título Firulais: Fragmentos selectos de la historia reciente de Guadalajara, resultó muy bien, y constituyó a su vez el antecedente inmediato para proponer una aventura similar acá en Santiago, en el MHN.

Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de Jorge Cabieses-Valdés. Cortesía: MHN
Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de Francisca Sánchez. Cortesía: MHN

D.B: En esta exposición hay obras antiguas –algunas que ya hemos visto en otras exposiciones u otras que son parte de una serie-  y otras que son más recientes. ¿Hay obras realizadas especialmente para esta curaduría? ¿Cuál es el guión detrás de la organización de Efemérides respecto a las salas y temas del Museo Histórico Nacional?

C.S: La verdad es que la apariencia final de esta exposición es el resultado del diálogo y la negociación entre los artistas, las obras, el equipo del museo y el curador. Si hubiera sido por mi, los artistas habrían tenido carta blanca para realizar prácticamente lo que fuera, donde fuera y como fuera. Pero este museo es un lugar particularmente delicado, en varios sentidos. Se supone que en sus salas y depósitos se conserva patrimonio que a lo largo del tiempo ha sido considerado como lo más representativo de nuestra historia e identidad nacional.

Entonces, en principio hubo que tomar muchos resguardos -tanto físicos como simbólicos- a la hora de incorporar elementos ajenos (en este caso, las piezas de arte contemporáneo). La subdirectora de patrimonio del museo, Carla Miranda, fue clave en conducir armónicamente el ingreso de las intervenciones a las salas del museo, y lograr que estas interferencias y su irrupción en el guión fuesen más productivas que obstructivas; incluso elaboró especialmente un muy detallado «Protocolo para exposiciones temporales que consideren intervenciones con arte contemporáneo». Imagínate. En todo caso, y volviendo a tu pregunta, la invitación inicial a los artistas participantes fue muy abierta, a que propusieran lo que ellos consideraran más pertinente: obras ya existentes, obras reformuladas, obras inéditas y por supuesto también obras producidas específicamente para esta ocasión y lugar.

En un principio invité a alrededor de sesenta colegas, a quienes les he seguido sus trayectorias muy de cerca y con quienes siento gran complicidad profesional. En ciertos casos les hice algunas sugerencias específicas respecto a cuáles eran sus líneas de trabajo que me parecían más adecuadas para participar en el proyecto; en general, la alta calidad de sus obras contribuyó a que sus propuestas se fuesen desplegando de manera muy orgánica y suelta. Y a pesar de los requisitos formales que nos exigió el museo, creo que tuvimos bastante espacio para la improvisación, para la experimentación, y para cambios de último momento (que en mi experiencia como curador muchas veces pueden ser muy bienvenidos). Igual te diría que, como es tan común a todas las exposiciones, durante el proceso de organización se fueron presentando imponderables: algunas obras fallaron, otras no aparecieron nunca, otras resultaron muy diferentes a lo esperado, otras no cumplían con el protocolo de intervenciones del museo, algunos artistas se vieron sobrepasados por otros compromisos anteriores, algunos coleccionistas se negaron a prestar obras, etc; hubo aciertos y también equivocaciones que fueron alterando lo que yo más o menos tenía en mente… y para transformar eso en algo positivo fueron muy importantes la flexibilidad y capacidad de reacción de los artistas y de la institución anfitriona.

Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de José Luis Villablanca. Cortesía: MHN
Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Detalle de la obra de Ivo Vidal. Cortesía: MHN
Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Detalle de la obra de Nicolás Franco. Cortesía: MHN

D.B: Si pensamos en el buen sentido del efecto parasitario, las obras de Efemérides podrían destacar más que las del MHN porque son éstas las que cuestionan y ponen en tensión los temas y nociones de archivo, historia y memoria; de algún modo las obras contemporáneas se nutren de lo que representan las obras del museo y dejan a estas últimas como fósiles, más silenciosas y peligrosamente menos interesantes para los espectadores que van a ver una muestra de artistas contemporáneos. A tu juicio, ¿de qué manera se benefició y/o afectó cada colección con esta puesta en escena?

C.S: Ciertamente que se genera un flujo de energía especial cuando ocurren estos cruces espacio-temporales que mencionaba al principio… El Museo Histórico Nacional es un recinto que emana, entre otras cosas, un grado muy alto de solemnidad; más allá de esa atmósfera «señorial», se trata de una solemnidad que inevitablemente está vinculada al poder y a su ejercicio, a la instalación y el respaldo de todo tipo de ideologías. Los objetos que son exhibidos permanentemente en sus salas están de alguna manera sirviendo un propósito, y por el sólo hecho de estar ahí, están legitimados y se ven envestidos de un aura que tiende a situarlos «por encima» de cualquier otro objeto similar. Digamos que los museos en general le agregan ese sagrado extra a lo que muestran. Es decir, si pudiésemos medir y comparar los niveles de «envestidura» que proyectan, por ejemplo -en nuestro medio- el Bellas Artes y el MHN, creo que en este último resulta determinante la manera en que se suman lo político, lo religioso, lo social, lo científico, lo económico, lo militar, lo étnico, etc, todo lo cual a mi juicio acaba un poco por «blindar» a los objetos en su capacidad para establecer una relación más cercana con el espectador.

Podríamos decir que cuando un objeto entra a un museo, algo en ese objeto se muere, y creo que esta exposición intentó devolverle a esos objetos algo de aquello que tal vez perdieron. La verdad es que a la mayoría de quienes participamos en este proyecto nos pareció haber tenido acceso a las salas del Museo Histórico Nacional fue como el sueño del pibe, como haberse sacado el boleto premiado a la fábrica de Willy Wonka, en el sentido que tuvimos el privilegio de desplegar nuestro trabajo al interior de uno de los núcleos más sensibles de capital simbólico de nuestro medio (con todo el aprendizaje que eso conlleva). Creo que en este juego de rebotes que planteas entre el patrimonio permanente y los elementos «invasores», ambos salieron ganando; los primeros, a través de la operación de reformulación y conexión con el presente que esta exposición sugiere, y los segundos, al poder asomar la cabeza fuera de la burbuja autocomplaciente -y esterilizada- en la que suele habitar el arte contemporáneo.

Ahora bien, desde mi perspectiva, lo más interesante que se produjo a raíz de este encuentro es la aparición de una dimensión diferente, que no es exactamente lo patrimonial contaminado por lo contemporáneo ni lo contemporáneo respaldado por lo histórico, sino que es más bien un espacio-tiempo indeterminado, un poco fantasmagórico, en el que los relatos se vuelven más equívocos y transparentes. De todos modos, me sorprendió que muchos espectadores especializados en arte contemporáneo leyeron esta exposición -muy entusiasmados- desde el formato de la crítica institucional, de la denuncia, de la protesta, ya que para mi corresponde mucho más al fruto de ejercicios íntimos de reinterpretación, mucho más personales que sociales; ahora, que esa exploración intimista muchas veces tiene repercusiones colectivas, bueno, eso es algo que me parece muy positivo cuando sucede.

Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de Alejandra Prieto. Cortesía: MHN
Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de Cristóbal Lehyt. Cortesía: MHN

D.B: En relación con la museografía, ¿cómo compararías la de un museo como el MHN con la de una curaduría contemporánea como Efemérides?

C.S: Bueno, este museo se rige por coordenadas que persiguen el máximo grado de objetividad; si te fijas, cada sala tiene un nombre y bajo ese título se aglutinan cronológicamente los conceptos que son ilustrados a través del cuidadoso montaje de la colección. Se trata de una situación muy normada, muy ordenada, muy regular, racional, científica, con una gran inversión de tiempo de análisis y reflexión, en la que cada decisión es examinada una y otra vez. Entonces, si bien existe una similitud en cuanto al rigor y el compromiso, las diferencias con respecto a cómo funcionan las cosas en el arte contemporáneo son realmente muy sustanciales…

También son evidentes las diferencias entre los modos de trabajar del curador de un museo histórico y la del curador de arte contemporáneo; al menos, en lo que respecta a mi visión personal de la curaduría de arte contemporáneo. De hecho, en el arte contemporáneo, siempre me ha costado mucho empatizar con la formulación de premisas curatoriales rígidas, pre-diagramadas, «fondarizadas» matemáticamente, que parecieran enorgullecerse en evitar asuntos que para mi son absolutamente imprescindibles -tanto en el arte como en la vida misma- como la intuición, la incertidumbre, los caprichos, las coincidencias, las casualidades, el azar, lo impredecible, las ambigüedades, sobre todo las dudas y las contradicciones… Tal vez en parte debido a esto último, durante las reuniones preparativas con los jefes de las diferentes colecciones del museo, varias de las ideas que les iba planteando acerca de las obras y su presentación, les iban pareciendo un poco arbitrarias, peregrinas, incoherentes, demasiado ligeras a veces; es decir, no calzaban con los parámetros científicos con que acostumbran manejarse en sus especialidades.

Ahora, respecto de los asuntos puramente museográficos, me da la impresión que se establecen ciertos paralelos entre la saturación -y la heterogeneidad- propia del montaje de este museo y la manera en que, por ejemplo, dispusimos las obras en la sala temporal; muy diferente, por cierto, a los montajes tan «elegantes», tipo quirófano, que se han convertido en el dogma actual en el ámbito del arte contemporáneo (el cubo blanco y una obrita cada diez metros de muro vacío). En principio, en términos museográficos, en Efemérides intentamos ser lo más amistosos, pedagógicos y pacientes con el visitante al museo, considerando que se trata de gente que en su mayoría nunca ha tenido contacto con manifestaciones de artes visuales contemporáneas; es decir, quisimos evitar a toda costa la arrogancia de decirles «tómenla, ahí tienen algo que nunca van a entender».

La misión fue no ser condescendientes ni tampoco crípticos; o sea, por un lado, había que intentar enganchar y seducir a ese público -para nosotros- nuevo, pero sin caer en excesos de didactismo, porque precisamente el objetivo era ofrecerles otras posibilidades de lectura de la historia, en un juego de calce y descalce de la grilla (de todos modos, la cantidad de reclamos de visitantes que se sintieron ofendidos, humillados, es bastante impresionante, y daría para organizar un seminario de reflexión). A propósito de esta incomprensión del público, y por si pudiera servir de consuelo, cabría señalar que muchas veces ni siquiera los mismos artistas sabemos qué hicimos exactamente o por qué hicimos lo que hicimos… y eso es algo que dentro del esquema ideológico dominante, lamentablemente es considerado un error poco menos que imperdonable.

Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obras de Paz Castañeda. Cortesía: MHN
Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de Ignacio Gumucio. Cortesía: MHN

D.B: ¿Cómo habría funcionado esta colectiva por sí sola?

C.S: Ah, bueno, tal como sucede con los colores, creo que el comportamiento de los trabajos de arte contemporáneo se ve determinado por su entorno: sus características van mutando de acuerdo al lugar y el momento, a veces muy levemente, y otras veces de manera muy expresiva. El arte contemporáneo puede tener esa cualidad de inmiscuirse donde sea, y de enriquecer sus eventuales lecturas dependiendo del contexto; habiendo dicho eso, es probable que estas mismas obras, en un ambiente estandarizado de arte contemporáneo, tal vez hubieran propiciado reflexiones menos complejas que las que logran en el espacio del MHN.

D.B: ¿Te interesa continuar con la estrategia de intervenir otros lugares? Y en términos generales, ¿qué opinas del rol de artista como curador?

C.S: Claro, por supuesto que esta es una iniciativa que tiene muchas posibilidades para seguir desarrollándose. De hecho, esta exposición forma parte de un proyecto mayor que estuvimos imaginando el año pasado con la artista y curadora Isabel García, y que consiste en un ciclo de exposiciones curadas por artistas contemporáneos -chilenos y extranjeros- en los museos más emblemáticos del circuito patrimonial de Santiago. El ciclo lleva por título tentativo Nuevos relatos para colecciones públicas, siendo esta exposición en el MHN la primera de la serie; esperamos que el ciclo mayor siga teniendo proyección durante este año y el próximo. Por lo pronto y con respecto a Efemérides, estoy muy entusiasmado en proponer esta idea a los diferentes museos regionales de Chile, del norte y del sur, y que haya participación activa de los artistas contemporáneos locales de cada sede; lo vamos a ofrecer, y ojalá haya interés para implementarlo.

Acerca del artista como curador, bueno, ese es un tema que me apasiona y que creo es bien importante para el presente de las artes visuales. Personalmente, creo que ambas figuras, la del artista y la del curador de arte contemporáneo, coinciden en que gran parte de su actividad tiene que ver con dinámicas de edición; tanto artistas contemporáneos como curadores son, fundamentalmente, editores. Durante años he ido cultivando mi admiración por la obra de colegas que trabajan desde esa flexibilidad y versatilidad con respecto de la historia y las construcciones culturales: qué se yo, la obra de Jonathan Borofsky, Braco Dimitrijevic, Ilya Kabakov, Jimmie Durham, Mark Dion, Daniel Joseph Martínez o Mircea Cantor… me parece que contribuyen a enriquecer la manera como percibimos nuestro entorno, editándolo. Entonces, creo mucho en ese tipo de artistas, y también en los artistas-curadores y en los curadores ex-artistas (como Paulo Herkenhoff o Jan Hoet, por ejemplo). O sea, curadores «visuales», que tienen una formación relacionada estrechamente con la elaboración de imágenes. De hecho, creo que las exposiciones colectivas que más me han maravillado en los últimos años fueron curadas por artistas: The Uncanny (Mike Kelley), El guardalíneas ruso (Mark Wallinger), ¿Quién le teme a Jasper Johns? (Urs Fischer), El retorno de lo imaginario (Juan Luis Moraza), o Basado en una historia real (Yael Rosenblut). Ellos coinciden en la fantástica combinación entre cruces impredecibles, refinamiento visual y una libertad muy grandes; digamos que los artistas curadores materializan sus exposiciones de la misma manera en que crean sus obras, usando los mismos métodos y no-métodos (y la mayoría de las veces sin responder a los dictados de un programa, un discurso o una agenda determinada). Colectivamente, los artistas-curadores somos como las abejas polinizadoras, encargados de establecer puentes, de catalizar, de conectar un esfuerzo con otro esfuerzo (que es también la idea básica de una máquina). 

Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de Víctor Pavez. Cortesía: MHN
Vista de la exposición Efemérides, en el MHN, Santiago de Chile. Obra de Arturo Duclos. Cortesía: MHN

D.B: ¿Tiene Efemérides algo que ver con la remodelación del MHN? Y ampliando la pregunta en ese sentido, ¿con la remodelación de la Historia, de cómo la percibimos y ha sido estructurada? En otras palabras, ¿por qué el Museo Histórico Nacional?

C.S: En cierto sentido, todo esto fue una feliz coincidencia. Desde hace poco más de un año el MHN ha estado desarrollando una labor muy intensa de diálogo ciudadano, más abierto, más inclusivo, más transversal y menos unívoco, que les permitirá gradualmente ir fortaleciendo y enriqueciendo el contacto entre público y patrimonio. En esta etapa de renovación se han ido generando reflexiones muy valiosas, inéditas, que servirán de referencia para plantear un nuevo guión museográfico para el MHN (también se encuentra en carpeta un proyecto arquitectónico de ampliación del museo). Entonces, en medio del momento tan especial que atraviesa el MHN, me da la impresión que esta exposición contribuyó a encender un poco más el debate respecto de las lecturas, interpretaciones y posibles alcances poéticos relativos a su colección. ¿Por qué el Museo Histórico Nacional? Porque me parece una institución inquietante, misteriosa, riquísima en contenidos, con una colección patrimonial que supera las 140.000 piezas… pero que por razones que me resultan inexplicables ha sido sistemáticamente ignorado por la mayoría de los artistas locales.

Este proyecto me pareció un desafío creativo, y también una forma sana de alterar la manera en que -como público- percibimos esta colección. Me quedó dando vueltas una reflexión que le oí a Ignacio Gumucio hace un tiempo: que las salas de este museo que cubren períodos anteriores al siglo veinte (Primeros Habitantes, La Ciudad Indiana, El Parlamentarismo, etc), están constituidas fundamentalmente por objetos artísticos, mientras que en las salas dedicadas al siglo veinte en adelante, las obras de arte desaparecen casi por completo. Es decir, los artistas quedan fuera de este museo a partir de la modernidad… y me parece que eso hay que revertirlo, o por lo menos, revisarlo. Si un museo debe ser un lugar de estudio, y de un estudio guiado por la subjetividad, entonces la participación del arte en esa mecánica es indispensable. Muchas veces son pequeños gestos, ligeramente subversivos, los que desencadenan las reflexiones más productivas. En ese sentido, los artistas pueden aportar narraciones, interpretaciones paralelas a las que se construyen desde la visión historicista; en algunos casos estos aportes artísticos pueden resultar enriquecedores, reveladores, o liberadores respecto de asuntos que los relatos más lineales tienden a achatar.

D.B: Como en toda intervención quirúrgica, siempre quedan marcas. ¿Cuál crees tú (o quieres) que sean las marcas que queden una vez que se acabe la exposición? ¿Te habría gustado que las obras pasaran a ser parte de la exposición permanente?

C.S: La incorporación de esta exposición a la colección permanente, esa es una idea muy bonita, claro… Igual, tengo entendido que hay varias de las piezas que están siendo evaluadas por el museo para ese propósito, las que estoy seguro serían un gran aporte al nuevo guión.

En lo que se refiere a las «marcas» que van a quedar después de este proyecto, creo que una marca positiva sería que todos -espectadores, institución y artistas- sintieran que respecto de la Historia es posible desarrollar una mentalidad abierta a los cruces y a la subjetividad, haciendo más permeables esos compartimentos en que nuestras experiencias tienden a estar organizadas. Creo verdaderamente que esa actitud podría contribuir a enriquecer nuestra vida colectiva, espiritual y cultural. Y para cerrar, me queda un recuerdo personal imborrable de la noche de la inauguración, en la que un músico callejero fue recorriendo las salas del museo tocando el acordeón, interpretando aleatoriamente rancheras, zarzuelas, tarantelas, cuecas, tonadas, baladas francesas, canción de protesta, himnos militares, música «andina», tangos, folclor chilote, etc, es decir, una especie de banda sonora representativa de esa multiplicidad caleidoscópica que llamamos Chile.


Efemérides: Fragmentos selectos de la historia reciente de Chile

Magdalena Atria, Francisca Benítez, Jorge Cabieses-Valdés, Arturo Cariceo, Paz Castañeda, Claudio Correa, Claudia del Fierro, Catalina Donoso, Arturo Duclos, Paz Errázuriz, Nicolás Franco, Francisca García, Jorge González Lohse, Nury González, Ignacio Gumucio, Patricia Israel, Cristóbal Lehyt, Livian Marín, Adolfo Martínez, Carlos Montes de Oca, Marcela Moraga, Felipe Mujica, Mario Navarro, Bernardo Oyarzún, Víctor Pavez, Leonardo Portus, Alejandra Prieto, Sebastián Riffo, Tomás Rivas, Francisca Sánchez, Cristián Silva, Mario Soro, Johanna Unzueta, Ivo Vidal, José Luis Villablanca, Alicia Villarreal, Alejandra Wolff y Enrique Zamudio.

Del 29 de noviembre de 2013 al 28 de marzo de 2014

Museo Histórico Nacional, Plaza de Armas 951, Santiago de Chile

Dominique Bradbury

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