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La Hoguera de las Vanidades

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Yo, nosotros, el arte es una exposición curada por Laura Malosetti Costa que aborda el relato biográfico y de modo ciertamente enciclopédico apunta sobre un género específico: el autorretrato.

La exhibición, en el Espacio de Arte de Fundación OSDE, funciona como un compendio de artistas de la más variada procedencia que se han dedicado, esporádicamente o no, a retratarse a si mismos desde el siglo XXI hasta nuestros días. El  espacio es  subdividido en temas: NosotrosEl pintor y su modeloHéroes y mártiresEl cuerpo político, El mundo del arte. El número de artistas es elevado y en algún punto la lista podría ser infinita; del mismo modo, si el tema elegido hubiera sido Imágenes de Paisajes, 1880-2011, entonces preguntarse por las omisiones podría resultar atractivo para revisar los núcleos más problemáticos de esta exhibición, que entiendo, permanecen adormecidos bajo el velo del romanticismo, la bohemia y la individualidad como principio fundante del arte.

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Laura Malosetti trabaja sobre imágenes de una virilidad vetusta en el subgénero El pintor y la modelo. Vemos a, por ejemplo, Carlos Alonso en Autorretrato con la modelo. Allí el abraza posesivamente a la mujer que nos ofrece a la vista su cuarto trasero desnudo, mientras la sostiene por la cintura y en la otra mano lleva la paleta y el pincel; Carlos Gorriarena, en Viejo pintor de La Boca. Cuántas cosas en este mundo, se encuentra sentado, sosteniendo una copa de vino, presumiblemente tinto, lleva puesta la camiseta de Boca Juniors y observa la imagen en el espejo de una mujer rubia desnuda, de espaldas en un escenario muy a la Mattisse.

El problema no radica en estas inclusiones, sino en la universalización de las mismas y la clausura de otras narrativas posibles sobre el mismo tópico. Pienso, por ejemplo, en series que han subvertido el anclaje heteronormativo de la mirada del artista hombre, en los trabajos de Carlos HerreraTemperatura perfecta, y Gustavo Di MarioPotrero. En ambas casos el cuerpo masculino retorna a un carril olvidado por la modernidad e iniciado en Grecia, que podríamos llamar la iconografía del mancebo. En ambos casos los artistas se desplazan de la hombría recia para establecer una mirada -hipnotizada- sobre el cuerpo masculino, en un territorio deslindado de propiedad o del uso.

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El guión curatorial establece el “deseo de encontrar un diálogo constante entre la manera de presentarse y autorrepresentarse”. En este caso, la omisión de Marisa Rubio dentro del corpus de artistas es curiosa, ya que su obra se funda en la multiplicación de su identidad a través de numerosos alter egos; ella fuga y expande su yo para ficcionarlo, sus sucesivos yos encriptados le sirven como instrumento de mediación entre personas e instituciones. Rubio no precisa disfrazarse de Eva Perón o Narciso para multiplicar su identidad creadora o  enrarecer la autoría de sus trabajos: la puesta en escena y el maquillaje de sus personajes funcionan en su caso como una herramienta que conduce sus experimentos e intervenciones sobre la realidad, para modificarla demencialmente.

Cuando la curadora instaura el apartado Héroe y Mártir me pregunto si continuar estableciendo esos patrones a la hora de pensar la labor artística no resulta, además de retardatario, nocivo. Durante los últimos años se han producido numerosas discusiones y debates públicos en torno a los derechos laborales de los artistas. El tema central de dichos encuentros supo centrarse en la inclusión dentro de un sistema que garantice cobertura por parte del Estado de derechos básicos como obra social, jubilación y asignaciones familiares; Artistas Organizados y su cuestionamiento al modo en el que las instituciones adquieren obras para sus colecciones a través de donaciones, es la punta del iceberg de un conflicto cada vez más visibilizado.

La imposibilidad histórica de pensar el arte como trabajo no se encuentra disociada en absoluto de la mitología bohemia, hecha de sacrificios, martirio y extravagancia. El artista, bajo esta lógica, sólo puede ser dandy o lumpen, categorías intrínsecamente irreconciliables con las de trabajo. Al mismo tiempo, elevar la causa artística al nivel de la gesta heroica es desposeerla de todo lo que tiene de acontecimiento social inscripto en tensiones políticas e ideológicas, ambiciones personales y grupales, estrategias de posicionamiento, por no mencionar intrigas, lobbys y conspiraciones. Por supuesto, no estoy afirmando que la curadora sea responsable de la pauperrización laboral en el campo del arte, pero si creo que deberíamos desromantizar el imaginario del arte y el artista para situarlo en la esfera de lo real, el mundo del  trabajo organizado.

La ausencia total de conflicto es probablemente el punto más débil de la exhibición. Las obras nunca colisionan entre sí y parece que asistimos a la celebración de un ágape hecho de endogamia y narcisismo. ¿Cuántos yopuede tolerar una sala sin volverse plenamente autista?

Antes de retirarme leo en la obra de Luis Camnitzer Selbstbedienung [Autoservicio], las frases:

“El alma del arte habita en la firma” y “Mirar sin pagar es robo”. En este contexto no las entiendo en absoluto.

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YO, NOSOTROS, EL ARTE

Espacio de Arte de Fundación OSDE. Buenos Aires

Hasta el 3 de mayo de 2014

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Florencia Qualina

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