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Publicidad Descubierta (las Malas Artes i)

Un artista nunca es pobre

El Festín de Babbete, 1987, Gabriel Axel

Casi ninguna facultad de arte, del mundo, tiene un curso de deontología (ética profesional) en su malla. Ante esta ausencia, la única guía disponible es… el sentido común. Leyendo, por ejemplo, en el suplemento “Vida & Dispendio” del diario El Azufre, un artículo sobre un artista local, digamos que todo sentido, común o individual, entra en combustión como el fósforo tras friccionarse con la lija. Es un tipo de texto muy frecuente en los medios “domingueros”, pero no exclusivo: también es publicado en revistas especializadas.

Comencemos con su calidad literaria. No se esfuercen. No existe. La gran mayoría perpetra una hagiografía basada en un esquema fijo que suele considerar las siguientes fases:

1.- El artista demostró un increíble talento innato desde la infancia.

2.- Se nombran exposiciones en el extranjero de cuestionable honor.

3.- Comentarios del propio artista en los que se denota o un conocimiento del arte superficial, o una visión espiritual pretenciosa y ligada al bienestar individual.

No es un fenómeno novedoso. Ya en época romana, según leemos en La leyenda del artista (Ernst Kriss, Otto Kurz, Ed. Cátedra, 2007) los biógrafos de los artistas acudían a la lauda y a la invención de rasgos que ensalzaran las virtudes del representado para ubicar una mejor posición social. Los escribanos lo hacían por dinero. No hemos evolucionado demasiado.

Sigo en la página de V&D. En la foto, un sonriente artista con el gesto congelado, a punto de atacar con un pincel claramente inadecuado un cuadro abstracto de colores que gritan. Ese artículo -a nadie le sorprenderá que afirme esto de manera categórica- ha sido realizado o a cambio de dinero o por “canje”. El artista ha entregado una obra de arte como pago del artículo. Es publicidad encubierta.

Estos artículos se publican en suplementos de diarios masivos y en revistas especializadas “de feria de arte”, aquellas que son muy conocidas en el circuito de eventos comerciales, pero desconocidas por el lector especializado y por el lector común. Es decir, sólo las leen suscriptores que las descubren en dichos lugares. Coleccionistas de clase alta. Por su impacto, las más influyentes son las primeras. Y también las más dañinas. Uno tiene que exigir una mayor responsabilidad a un medio de comunicación masivo, ya que su misión es formar, informar y entretener siendo consciente de su responsabilidad social. Muchos piensan que las segundas, las revistas especializadas, al ser un producto de una empresa privada (generalmente una familia adinerada) no ostentan dicha responsabilidad. Falso. Cualquier escrito que se distribuya tiene una obligación ética frente al lector.

¿Y a quién le importa? ¿Cuál es el daño? Hay quien dice que todo lo que sea un apoyo al arte es positivo, aunque detrás haya un ocultamiento de información y un intercambio deshonesto. O quien argumenta que esto sólo favorece a un circuito de clase alta que no interfiere con el circuito “real”.

Estas malas artes ocurren a escala nacional e internacional, en medios masivos y en revistas “top”, facilitando que Jeff Koons sea hoy Jeff Koons, y que en el ránking mundial de los artistas de mayor cotización aparezcan varios personajes que jamás han creado nada digno de mención. Importa, y es dañino, por varios motivos:

–  Difunde arte de baja calidad, en contra de artistas realmente interesantes que lo tienen más complicado para poder labrarse una carrera.

–  Provoca un enviciamiento del artista, que cree que para difundir su obra tiene que dar obras a cambio o directamente pagar. Se convierten en campañas de márketing en lugar de en artistas que puedan ofrecer una experiencia o una sensación al público.

–  Únicamente favorece al propio artista y al dueño del medio que recibe el dinero o la obra, no al arte.

– Los supuestos medios de comunicación y las presuntas revistas especializadas quedan relegadas a plataformas de difusión publicitaria. Pierden credibilidad.

Además de ofrecer, como he comentado, una calidad literaria insalubre, tóxica. Uno lo lee y le dan ganas de volver a ser analfabeto.

Podría inventarme un caso como el de Magdalenita Pokvaren, difícil de leer pero sin duda más cercano a la realidad que los artículos que podemos leer en el «Vida & Dispendio».

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Magdalenita Pokvaren. Ilustración: Blanca Bonet

 MAGDALENITA POKVAREN

Magdalenita Pokvaren nos recibió en su chalet estilo Liechtenstein, con su perrita “Evelyn” y su cirugía plástica de 80 palos el centímetro. Antes de empezar a hacerle una insufrible entrevista (que ella incomprensiblemente finge recibir como si realmente la mereciera) insistió en hacer un canje por una de sus “obras de arte” de flores. Le repetimos en que nadie querría una cosa tan abominable, y que preferíamos su dinero, obtenido de las corruptas tramas financieras elaboradas por su marido, su abogado, y ciertos políticos hediondos.

En su terraza “chill out”, Magdalenita Pokvaren Ossandón nos confesó que decidió dedicarse a los pinceles hace dos meses y medio sin tener ni un miligramo de talento o de ganas, aburrida de tomar el té con sus amigas Dorita Likainen, Martinita Illaluktande Larraín, Matías Gwrthdro (quien lleva toda su vida negando su homosexualidad) y Nacha Odvratan, y de mandar a la chucha a su nana Yasmina: “No sé porque sigo contratando peruanas porque no llegan a los estantes de arriba y al final lo tiene que hacer todo una”.

Afirma que no quiere ni hacer exposiciones ni quitarse la verruga, pero dice que su amiga Nacha, a quien sus cuadros le parecen “pura ambrosía, éxtasis, gorgeous”, va a contactar a su amiga Valentina, quien es a su vez amiga de Rosalda, para que pueda colgar sus obras en una galería de Vitacura.

Magdalenita, que va por el quinto mango sour, está ahora inmersa en una pintura asquerosa sin gusto alguno y con pretensiones espirituales: “Pintar es muy grato. Me gustan los cuadros colorinches, con cualquier cantidad de color”. Preguntamos a su marido facho acerca del nuevo pasatiempo de su esposa: “Eso es de rotas”. La “artista” comenta que su proyecto soñado es realizar un cuadro de 20 por 50 metros y colgarlo frente a su piscina, al lado de la columna dórica, mientras nos confiesa lo divina que se encuentra porque acaba de finalizar sus estudios en un diplomado de arte y terapia: “Lo hice para engañarme a mi misma y expiar todo lo malvada que he sido yo y mi familia”.  (www.magdalenitapokvaren.com).

SENTIDO COMÚN

No es lo que leerán este fin de semana en algún suplemento de diario, o en alguna revista de arte. Lo que leerán es, si seguimos la lógica, el sentido común, una parodia.

Ni existe la pureza absoluta, ni todo es blanco o negro. Pero tampoco es todo una grisalla perpetua, ni una suciedad indeleble. En el fondo no estoy en contra de esos artículos de “canje”. Lo único que es exigible, aparte del derecho a la burla, es que en dichos textos aparezca, de forma bien visible, la siguiente frase: “Artículo publicado a cambio de una obra del artista”, o simplemente, “Publirreportaje”.

Próxima entrega: Cómo maltratar tu carrera artística embuchando con tus creaciones un bolso de Louis Vuitton.

Juan José Santos

Crítico de arte, curador e investigador. Es director fundador de Art on Trial. Autor del libro "Curaduría de Latinoamérica" (Cendeac, 2018), "Curaduría de Latinoamérica Vol II" (Cendeac, 2020) y "Juicio al postjuicio. ¿Para qué sirve hoy la crítica de arte?" (Ministerio de Cultura y Deportes de España, 2019). Colaborador de El País y su suplemento Babelia, ARTnews, Bomb magazine, Momus, Spike o Berlin Art Link, entre otros. Doctorando por la Universidad Autónoma de Madrid con una investigación sobre museos alternativos en Latinoamérica.

www.juanjosantos.com

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