Personajes en Tonos Rojos
Para hablar de una época, los recursos empleados son infinitos. El pensar un instante, un proceso, un grupo de años, implica encarar movimientos y flujos difíciles de acotar. Quiérase o no, acercarse al problema pende de la determinación de factores polifacéticos que, en rigor, se rodean de paradojas. El problema, en este sentido, se atraviesa por una pregunta de índole histórico: cómo tocar con el pensamiento el pasado.
Llegar a este punto es un dilema constante para el proceder artístico de Mario Navarro (Santiago, 1970), reflejado en buena medida en su última exhibición en el MAVI, Laboratorio Rojo. En sí, la encrucijada se plantea en la metodología historicista del autor, el cual se encamina en la persecución de cierta precisión de una época. Dicho proceso corresponde a una suerte de afinamiento o verificación por métodos distintos a los tradicionales, para efectos de alcanzar una verdad relativa que permita esta relación con el pasado. La importancia de esta apuesta es algo evidente, toda vez que esta precisión histórica ofrece claridad sobre los problemas políticos y sociales del hoy. Navarro, por ende, parece plantear su trabajo desde una investigación que, sin perjuicio de aquello, sea capaz de esgrimirse desde las experiencias visuales.
El primer acercamiento a esta travesía se practica de manera peculiar. La atención se concentra en un personaje. Un individuo por medio del cual pueda pensarse un género amplio. Un personaje, en estricto rigor, que permita realizar ese seguimiento para comprender un entorno mayor. La premisa se acerca peligrosamente a la idea típica del héroe: aquel signo de virtud que golpea la historia de forma categórica. Pero Navarro busca, precisamente, manipular esa idea y colocarla en tela de juicio. La premisa, finalmente, evidencia la categoría estereotípica del héroe: un personaje escogido y amoldado para su época parece ser repletado de loas que dependen de un contexto. Por esto, el artista propone usar como excusa inicial la cuestión sobre un sujeto emblemático de una época, por medio del cual irá desgranando los aspectos históricos que importan para ser precisados.
El procedimiento es de sumo analítico, seleccionando esta excusa primaria dentro de las estrellas del pasado: Dean Reed. Para este experimento, Reed servirá de componente básico para hablar sobre otros elementos interesantes, los cuales se entrelazan para ofrecer un testimonio visual de los años 70 en Chile. Sin embargo, dicho testimonio no posee las características tradicionales de los procesos de memoria, sino que se construye con un discurso que parece inmaterial. Se trata de pensar imágenes e ideologías del pasado, no de verlas revividas o representadas. En esta maquinaria, Reed aparece como el catalizador perfecto para evidenciar cómo los héroes son constructos sociales de una cultura específica. Sin duda alguna, Navarro hace girar la muestra para desvestir el mito del hombre y sus ideas de antaño.
Escoger a Dean Reed no es un azar. Como personaje de espectáculos, Reed inicia una carrera como cantante en su país natal (EEUU), para luego mudarse a Sudamérica en busca de mayor éxito. El músico se asienta en Chile tras exitosas giras, estableciendo nexos rápidamente con los artistas de la nueva canción chilena. Con ello, Reed pasa a encarnar un desplazamiento de la industria musical típicamente norteamericana, inyectándose en los países del cono sur de acuerdo a sus contingencias culturales: la necesidad de aprender español surge de inmediato, y su cercanía con los grupos de izquierda se hace espontánea. Con este personaje, Navarro aprovecha también una referencia constante a la función del color (en tanto marca política) con el pseudónimo del protagonista (el Red Elvis), para plantear, desde allí, las preguntas referidas a los íconos de izquierda de la época.
El siguiente acercamiento abre los horizontes de análisis. Lo descubierto es, necesariamente, penoso. La constatación de utopías fallidas y anhelos de modernidad inconclusas se hace presente. Signos políticos hegemónicos de la izquierda más activa del Chile de la época, aparecen manipulados y reorganizados con facilidad. Registros fotográficos son alterados y utilizados para la construcción de nuevas formas, mientras que en otro nivel el espectador se encuentra con obras con otro procedimiento. La comparativa entre todas las obras que componen la muestra parece arrojar, a primera vista, una producción sin procesos comunes, pero el espacio que comparten da orden a la comunicación que se establece entre sí. Así, el panorama general al que Navarro nos enfrenta es, simplemente, el de pedazos recogidos de una historia melancólica.
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