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Yisa:guiligan

“No creo que nadie conozca el paraíso, porque los paraísos están basados en mentiras”

Paradise, The Stranglers, 1982.

Utopía y paraíso no tienen por qué resultar términos sinónimos. Los comerciales de constructoras, inmobiliarias y bancos así nos lo representan. De hecho, la historia demuestra lo contrario, enseñándonos que la mayoría de los utopismos no han resultado en absoluto el paraíso de progreso, igualdad y bienestar estructural e ideológico que pretendían establecer para sus miembros. O, para ser más técnicos, la utopía normalmente llega a ser distopía, utopía indeseada donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal, frecuentemente emplazada en el futuro cercano, donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo –generalmente a cargo de un Estado autoritario, totalitario o directamente dictatorial- conducen a sus ciudadanos a un control represivo y absoluto, la manipulación y la eliminación de todas libertades e, incluso y justificadamente, la desaparición y exterminio de sus miembros bajo una fachada de benevolencia.

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Yisa, Guiligan, 2012, vista de instalación. Cortesía: Galería Tajamar

Paraíso. Del mismo modo, los paraísos siempre ofrecen una imagen de idealismo bajo la pátina del placer per se (imaginemos un resort all inclusive, por ejemplo) seduciéndonos con sus atracciones y saciando nuestras pulsiones para finalmente convertirse, tras un breve período de tiempo, en una mera ilusión de felicidad. Y de buscar la utopía huyendo del paraíso (y de su mini sociedad de locos náufragos), Guilligan podría acabar encallándose como un náufrago a orillas de una playa que, por sus características espacio temporales, podría ser cualquier playa, de cualquier territorio o isla, de cualquier paraíso individual o paraíso colectivo, con MacDonald´s y pornografía, cerveza holandesa, poleras compradas en viajes (o en la tienda china de la esquina) o, más concretamente, en el no-lugar en el cual nos encontremos (o no, porque no existe) y que a la manera clásica del término u-topos (no lugar) sencillamente nunca existió y por tanto designa una localización inexistente o imposible de encontrar. O sencillamente podría acabar a la deriva, como el capitalismo que transmutó su ADN y que necesita como un remedio más a la pandemia de la soledad.

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Yisa, Guiligan, 2012, vista de instalación. Cortesía: Galería Tajamar

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Yisa, Guiligan, 2012, vista de instalación. Cortesía: Galería Tajamar

Tomás Moro contextualizó Utopía como una isla perdida en medio del océano cuyos habitantes habían logrado el Estado perfecto: un Estado caracterizado por la convivencia pacífica, el bienestar físico y moral de sus habitantes, y el disfrute común de los bienes. Y, paralelamente, certificó la imposibilidad de su existencia.

Pero fijémonos ahora en la balsa. La imposibilidad de la utopía en el no-lugar por antonomasia: la balsa de salvamento o la isla personalizada que se mueve. Lo más lejano al paraíso. ¿Por qué aquí?…¿Por qué ahora?…por la idea del espacio galerístico como una pecera donde presentar esta realidad humorística pero trágica de una sociedad en decadencia.

En sí misma, la balsa es una cárcel abierta donde los presos no pueden escapar si no quieren ser devorados, un panóptico sin vigilante ni vigilado, una liberación frustrante, un no paraíso de ilusión, vehículo hacia una utopía ingobernable, el mensaje de una idea, la escena de un acto de supervivencia por canibalismo como en el boceto no desarrollado de La Balsade la Medusa (1819) de Théodore Géricault.

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Yisa, Guiligan, 2012, vista de instalación. Cortesía: Galería Tajamar

Esta obra resume el grito de una generación por recuperar la conciencia de clase con utópico pensamiento emancipatorio. Yisa arma esta instalación con restos de una sociedad a la deriva. Una obra sobre la desesperación y la esperanza. Una pieza sobre la única posibilidad que le queda al desdichado náufrago (aunque paradójicamente haya sido abandonada y esté desierta), el catálogo de las frustraciones y perversiones de un ciudadano, de una ciudad, y de un país que sólo mira al mar como vía de escape. Y también, y principalmente, la sublimación de la paradoja: no sólo es el no-lugar, es el no-paraíso, pero sobretodo es el no-tiempo, la ucronía, lo que no está en ningún tiempo dado su carácter desmemoriado.

¿Dónde está el infortunado Guilligan?…¿Por qué se subió a esa balsa?…¿Intentó huir y fue devorado?…¿Se devoró a sí mismo?…Fue un náufrago más del capitalismo encallado en una playa paradisiaca en un viaje a la deriva hacia el sueño (sud)Americano del progreso. Un sueño que anteriormente era precario, y que ahora es pobre.

Cesar Novella

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