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OSCAR MUÑOZ: PROTOGRAFÍAS

Malba – Fundación Costantini presenta hasta el 25 de febrero la exposición Oscar Muñoz. Protografías, primera gran retrospectiva de Oscar Muñoz (Colombia, 1951) en América Latina. Con casi cuarenta años de producción artística, Muñoz es uno de los nombres más importantes del arte contemporáneo de Colombia. Cercana a las técnicas y al quehacer fotográfico, su obra indaga temas que van desde la luz y la fijación de las imágenes hasta la memoria del individuo y la necesidad de crear una memoria colectiva.

Organizada por el Museo de Arte del Banco de la República (MABR) en Bogotá, con la curaduría de José Roca y María Wills -curadora adjunta del MABR-, la exposición reúne 70 obras, entre dibujos, esculturas, instalaciones, fotografías y videos, que repasan las épocas más representativas de su producción. Se trata de la primera exposición individual de un artista colombiano en el Malba.

Pensada a partir de la idea de protografía (revés de la fotografía, momento anterior o posterior al instante en que la imagen es fijada para siempre), la exposición se organiza en torno a diferentes temas: la imagen en flujo y la imagen inestable, la imagen como impronta y como reflejo, y los soportes como lugar donde la imagen se configura y se deshace. Todo esto, articulado en el contexto de la ciudad de Cali, que ha jugado un papel central en el trabajo de Muñoz como ambiente vital, atmósfera y motivo de representación.

Su obra desafía la caracterización mediática, moviéndose libremente entre la fotografía, el grabado, el dibujo, la instalación, el video y la escultura, borrando las fronteras entre estas prácticas a través del uso de procesos innovadores.

“El uso de elementos fundamentales —como agua, aire y fuego— en varias de sus obras hace referencia a los procesos, los ciclos y las manifestaciones trascendentales de la vida, la existencia y la muerte”, explican los curadores.

Protografías se presentó primero en la biblioteca Luis Ángel Arango del Museo de Arte del Banco de la República de diciembre a marzo de 2012, y de abril a junio de 2012 en el Museo de Arte de Antioquía, Medellín. La exposición culmina en Malba en febrero de 2013 y continúa su itinerancia en el Museo de Arte de Lima (MALI), de marzo a junio de 2013.

 

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Oscar Muñoz, Narcisos (en proceso), 1995-2009, Polvo de carbón, papel sobre agua y plexiglás, 50 cm x 50 cm x 10 cm c/u

 

Los límites de la memoria

En sus primeras obras, Muñoz realizaba dibujos de gran formato en los cuales hacía visible el ambiente triste y sórdido de los inquilinatos de Cali, en piezas de profunda carga psicológica, como sus series Inquilinatos (1976-78) e Interiores (1976-1981). Estos primeros trabajos están marcados por la efervescencia cultural y social del ambiente en esa época.

“Ciudad Solar fue un espacio colectivo y experimental de encuentro clave para todos los creadores que se consolidaron como el Grupo de Cali, en el que estaban Hernando Guerrero, Ramiro Arbeláez, Andrés Caicedo, Luis Ospina, Carlos Mayolo y Eduardo Carvajal. Allí se hacían exposiciones y había un cine club, entre otras actividades”, recuerda Muñoz.

Desde entonces, su trabajo poseía varios rasgos que se han mantenido constantes en su obra: el interés por lo social, la maestría técnica en el manejo del material, el uso de la fotografía como herramienta de memoria —con la reflexión constante sobre sus límites— y la indagación sobre las posibilidades dramáticas de la luz y la sombra en relación con la definición de la imagen.

A mediados de los años ochenta, Oscar Muñoz se aleja de técnicas tradicionales como el dibujo sobre papel o el grabado en metal e inicia una experimentación con procesos novedosos y soportes inusitados. Pero es en los primeros años de la década de los noventa cuando en su trabajo se presenta un replanteamiento radical del ejercicio del dibujo y el grabado, los usos de la fotografía, la relación de la obra con el espacio en que se instala y el rol del espectador y del paso del tiempo en la conformación de la imagen.

“Las Cortinas (1985-86) y los Narcisos (1994-2011) son el resultado de ese trabajo en los años 80 en el que me concentré en buscar mi punto de vista”, reconoce Muñoz.

Ya venía experimentando con elementos como el agua y el carbón y los había trabajado como materias expresivas desde su naturaleza, incluso el agua como soporte de un dibujo que se descompone. “Los Narcisos invierten paradójicamente la idea del retrato como un medio de eternizar un instante irrepetible a una continua transformación en el tiempo”, dice.

En los Narcisos, Muñoz retoma el mito del narciso para hacer una reflexión sobre la imagen y su representación. El artista compone un autorretrato (elemento constante en su obra) dibujado con polvo de carbón sobre el agua contenida en un lavamanos; una vez abierto el desagüe, la imagen se consume rápidamente hasta desaparecer. Es interesante en esta pieza visual el acto completo de desconfiguración que presenta Muñoz; no hay antecedentes en su obra en los que esta acción sea definitiva, es decir, donde la imagen desaparezca por completo; en la mayoría de sus piezas la imagen reaparece por diversos mecanismos.

El agua, como soporte inasible, adquiere propiedades expresivas importantes: entrega un carácter de inestabilidad a la imagen, y además, en el instante en que se desdibuja por la activación del sifón, entran en juego el movimiento y el sonido, elementos que acentúan la idea de muerte de la imagen; el rostro se transforma y es el gesto el que da cuenta de ello. El nombre de la obra señala el mito clásico de narciso reinterpretado: el concepto de la imagen que se refleja en el agua y que se extingue ante su contemplación. En este caso, Muñoz se contempla a sí mismo, pero una vez la pieza es expuesta, es el espectador el que se contempla en otro, en el autorretrato de Muñoz.

 

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Oscar Muñoz, Cortinas de baño, 1985 – 1986, Acrílico sobre plástico, 190 cm x 140 cm

 

Cortinas de baño (1992) representa un punto de quiebre en la carrera de Óscar Muñoz. La etapa anterior a Cortinas de baño estuvo marcada por el dibujo hiperrealista y la fotografía de situaciones o episodios registrados en los recorridos que hacía de la ciudad de Cali, etapa que compartió con los artistas Fernell Franco y Ever Astudillo. Los tres dejaron un legado visual de los cambios que estaba experimentando la ciudad en su modernización. En la década del ochenta, Muñoz decide dar un vuelco en su producción artística y entra en un período de reflexión, incluso de crisis, en el que se dedica a probar nuevos materiales y soportes para sus obras. Las cortinas aparecen como el primer logro concreto de dicha experimentación, una serie de pinturas en tinta en las que el artista construye imágenes con el efecto del vapor del agua en una superficie plástica.

En esta instalación, cinco cortinas de baño convencionales registran las imágenes de cuerpos en poses típicas adoptadas por quien toma un baño. Las imágenes aparecen como escurriéndose en la superficie plástica; cinco siluetas de cuerpos de color café amarillento que dan la sensación moverse al estar dispuestas secuencialmente. La técnica empleada resulta del experimento que hace Muñoz cuando pone en juego el goteo de una regadera sobre el trabajo en tinta realizado previamente en la cortina. Una vez los dos materiales se encuentran, el dibujo del cuerpo sufre un proceso de descomposición y se transforma en una mancha que evoca la imagen del cuerpo original en tinta y que registra así mismo una idea de movimiento a pesar de que las imágenes están quietas.

Muñoz ve las cortinas de plástico como la creación que consolida un cambio, la obra donde empieza a aparecer lentamente una idea propia de producir y representar imágenes. Su interés por trabajar con diversas superficies que dificultan la posibilidad de imprimir o fijar la imagen se reafirma con el uso de materiales como el agua, el polvo de carbón, el aliento y el vapor, entre otros. La obra de Muñoz se arma a partir de juegos inteligentes con los materiales donde hay una crítica sobre realidades sociales que marcaron su contexto próximo: la desaparición forzada, el desplazamiento del campo a la ciudad, la práctica de tirar los cuerpos víctimas de la violencia al río Cauca, entre otras.

El final de los años 80 y comienzos de los 90 se caracterizaron por la llamada “guerra de los carteles”, por los fuertes enfrentamientos de las mafias del narcotráfico en ciudades como Cali y Medellín. De esta época es la obra Ambulatorio (1994-2008), con la que abre la exposición en Malba. Se trata de una gran fotografía aérea de la ciudad de Cali encapsulada en un vidrio de seguridad (de 36 módulos), estallado en partículas regulares que parecieran corresponder, en escala, a cada edificación de la ciudad. “La imagen fotográfica pierde aquí su definición, se convierte en una gran imagen turbia, pero a la vez en una gran superficie para ser percibida y sentida al caminarla”, explica el artista.

Al hablar sobre su producción, Muñoz reconoce que no hay un único eje en su obra, sino varias preocupaciones que van y regresan. Por ejemplo, en sus últimos trabajos, Impresiones débiles (2011), hace serigrafías con polvo de carbón de imágenes de prensa, que se parecen a los Tiznados (1990-91), donde la materia del polvo del carbón era protagónica. “Me interesa el instante y los procesos que se dan para que una imagen pueda consolidarse, o no, en la memoria”, afirma Muñoz.

 

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Vista de la exposición Oscar Muñoz: Protografías, MALBA – Fundación Constantini

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Oscar Muñoz, Retrato del artista por Fernell Franco

 

A continuación, reproducimos una entrevista realizada por Wills al artista, cortesía del MABR.

María Wills: Al ser tu obra una constante reflexión sobre la memoria, empecemos hablando de tus recuerdos. Cuéntame un poco sobre tu infancia ¿Dónde creciste, cuándo llegaste a Cali?

Oscar Muñoz: Nací en Popayán y viví en Venezuela mi primera infancia; de ese tiempo tengo solamente unos recuerdos vagos y dos fotografías muy blancas, como esos recuerdos: una casa de clima caliente, parecido al de Cali, con largos corredores y mucha luz, patios con árboles, había un árbol de almendro grandísimo. Ese es el recuerdo que permanece de esos años en Venezuela. Luego nos mudamos a Cali cuando yo tenía más o menos ocho años.

MW: ¿Qué memorias de la infancia o de la juventud han marcado tu trabajo?

OM: Estaba leyendo un estudio sobre Wittgenstein, quien decía que la imagen mnemónica no es una fotografía, no es estática ni plana; por otro lado me pregunto si el recuerdo de una imagen fotográfica será necesariamente el de una imagen congelada. A mí, más que recuerdos estáticos, me llegan vivencias. Las cosas que me llegan de la infancia tienen que ver mucho con momentos en los que me relaciono con los materiales. Por ejemplo, no recuerdo el momento vivido ni el lugar de ninguna de esas dos únicas fotografías en las que aparezco con mi hermana Norma y con mis padres en la primera, y con Norma y con Maruja, mi madre, en la segunda, cubiertos por una sombrilla china de papel negro, parados como estatuas sobre un pedestal, pero sí recuerdo haber tenido en mis manos esa maravillosa y delicada sombrilla con sus innumerables radios de bambú. Hay un interés por la materia, por las superficies; y en este tiene mucho que ver la vida del juego, de la infancia, del niño que está agachado como un hombre primitivo, con una curiosidad por comprender el mundo a partir de las superficies, los sabores y los olores. Pienso que cada ser humano tiene en su memoria algo así como un baúl al que puede recurrir a buscar los recuerdos refundidos de esas experiencias primeras.

Cuando cursaba quinto de bachillerato ya estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de Cali. Me encantaba estudiar en Bellas Artes, sentía fuertemente el contraste que había entre la disciplina tan estricta de un colegio de curas —había que hacer fila y tomar distancia antes y después de cada recreo y subir las escaleras en completo orden y silencio—, con lo que sucedía cuando llegaba al Instituto Departamental de Bellas Artes a la seis de la tarde, una de las horas más agradables de Cali. Bellas Artes estaba en un edificio divino, muy aireado, con una cafetería al aire libre donde estaban las niñas de ballet metidas en sus trusas y con su pelo recogido, la gente de teatro y toda esa movida que en los años setenta era muy fuerte y estaba en plena agitación… Y aunque el Instituto de Bellas Artes no estaba pasando por su mejor momento, el ambiente era para mí maravilloso, llegar allí después de las clases agobiantes de la tarde en el colegio.

MW: Entonces se podría decir que lo que marco tu educación artística fue la libertad

OM: Esa época fue definitiva para mí, llegaba feliz a clase con mis barritas de carbón a dibujar. Por supuesto, cuando terminé el bachillerato no dudé de que eso fuera lo que quería seguir haciendo. Me gradué de Bellas Artes dos años después de terminar el bachillerato. Eran estudios intermedios, no sé qué categoría tenían, pero no se había formalizado como carrera. Eso ocurrió después. Realmente a mí me dieron el título hace unos diez años. Hay que decir que la enseñanza, sin embargo, era bien académica (a diferencia de ahora), yo quería ser un dibujante con trazos muy definidos y precisos. Sin embargo, muchas cosas de esas clases se quedaron conmigo para siempre: cómo la luz daba sobre los objetos geométricos de yeso.

Por otro lado, otros aspectos muy importantes eran las amistades, el medio, mis compañeros de Bellas Artes, mis compañeros de colegio y los amigos del barrio. Todos eran algo distintos. Finalmente mi trabajo me acercó más al grupo de artistas que se llamaría el Grupo de Cali.

Cuando salí de Bellas Artes alquilé un taller-estudio y empecé a trabajar con una cierta disciplina. Lo primero que hice, por invitación de Miguel González, fue una exposición de dibujos en Ciudad Solar, González era su director (y curador, aunque este término no se usaba aún). En ese momento conocí al grupo que conformaba este maravilloso espacio, a Fernell Franco, Luis Ospina, Andrés Caicedo, Paquico Ordoñez, Eduardo Carvajal, además de personajes como Edgar Negret y Pedro Alcántara.

 

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Vista de la exposición Oscar Muñoz: Protografías, MALBA – Fundación Constantini

 

MW: Tus obras iniciales están marcadas por esa efervescencia cultural y social de la época

OM: Absolutamente. A finales de los años sesenta y comienzos de los setenta había un ambiente que me atraía muchísimo. Yo empecé a estudiar en 1971, sin duda se sentían las repercusiones de Mayo del 68 que generaban unos cambios y libertades sin precedentes para la juventud de la pequeña provincia que era la Cali de ese entonces.

MW: Además, Cali fue particularmente importante para los movimientos de vanguardia de ese entonces. Estaba Ciudad Solar, espacio colectivo y experimental, existían los festivales de vanguardia… Me imagino que te involucrabas en toda esa movida

OM: En esa época se organizaron unos festivales estudiantiles de arte intercolegiados. Allí vi por primera vez a Andrés Caicedo en una obra de teatro que él había montado con compañeros de su clase. Claro, esto era un poco marginal al lado de los festivales de arte, en gran medida liderados por el Museo de la Tertulia.

MW: ¿Desde el Instituto se promovía un arte muy político?

OM: Recuerdo dos vertientes con dosis política que influían fuertemente: una figuración, que posiblemente provenía de los muralistas mexicanos, y otra desde la gráfica y el dibujo latinoamericanos, como la de José Luis Cuevas; de hecho había dos artistas importantes que trabajaban por esta línea. Ellos hacían un tipo de figuración muy relacionada, con tinta negra y pluma o pincel sobre papel. Uno era Phanor Satizábal y el otro Pedro Alcántara. A Phanor nunca más lo volví a ver, en cambio con Pedro tuvimos una larga y estrecha amistad.

El trabajo de Pedro y su conocimiento de las técnicas de impresión fueron importantes para mí, así como lo ha sido trabajar y aprender de otros artistas amigos: Fernell con su mirada y sus conocimientos de la fotografía, Ever Astudillo y su poéticay el mundo de sus maravillosos dibujos; las largas conversaciones con el historiador y curador Miguel González eran toda una experiencia; Maripaz y sus poderosos grabados de la época; las conversaciones de cine con Ramiro Arbeláez y Luis Ospina.

Por otro lado, en ese entonces había ya una generación anterior de pintores en la ciudad; ellos ya eran unos artistas consolidados en el medio local como Jan Bartelsman, Lucy Tejada y María Thereza Negreiros.

 

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